Lo ocurrido durante la semana pasada con el dólar no fue nuevo, sino otra versión de “la tablita” de José Alfredo Martínez de Hoz (ministro de Economía 1976-1981). Como tantos, creyó que manejando el precio de la divisa la inflación doméstica convergería hacia la internacional. Entonces publicaba cuál sería el precio diario del dólar oficial con bastante anticipación esperando que las expectativas de precios se alinearan con esas minidevaluaciones del peso. Sin embargo no hubo contención fiscal y la inflación siguió por su cuenta.
Así apareció el atraso cambiario. Y como “la tablita” había eliminado la incertidumbre cambiaria los operadores financieros sabían qué colocaciones eran más rentables que el dólar. La única pregunta era cuándo sería la gran devaluación, cuándo había que salir del plazo fijo para comprar dólares antes del salto de su precio. El momento pareció llegar cuando el general Roberto Eduardo Viola reemplazó al general Jorge Rafael Videla como presidente de la Nación y Lorenzo Sigaut a Martínez de Hoz. La suba del dólar en el mercado negro llevó al ministro a declarar su luego famoso “el que apuesta al dólar pierde”... seguido de una revaluación de la divisa del 30 por ciento.
Algo así se vio tras las Paso. El BCRA revaluó el dólar 22 por ciento y Sergio Massa declaró que su precio oficial no subiría hasta el 15 de noviembre. Quedó claro que hasta entonces cualquier opción le ganaría al dólar legal. Por lo tanto una colocación que venciera más tarde perdería frente al dólar. Y la duda sobre si el calendario será respetado desincentiva renovar un plazo fijo que venza luego de las elecciones y tienta a retirar el dinero y usarlo en otras opciones, como dólares blue. Massa no dijo que quien apueste al dólar perderá, pero sí, en el segundo debate, que se debía confiar en el peso.
Súmense las medidas electoralistas que inyectan dinero (planes y baja de impuestos) y están las condiciones para un gran aumento de la demanda por dólares. Para peor, como el Banco Central casi no los tiene vende muy poco, por lo tanto retira poco dinero del mercado: el dólar pasa de mano en mano subiendo su precio mientras los pesos siguen dando vueltas alimentando la inflación.
Aquí conviene mirar las Letras de Liquidez (Leliq) ya que en paralelo corre otro problema. Este instrumento se usa para esterilizar la emisión de dinero, porque en Argentina existe un sistema fraccionario de reservas. Esto es, cuando alguien hace un depósito el banco receptor está obligado a guardar (reserva) sólo una fracción de lo depositado (encaje) y puede prestar el resto. De allí cobra los intereses (tasa activa) que sirven para remunerar los depósitos a sus clientes (tasa pasiva).
El sistema fraccionario implica una multiplicación monetaria. El uso del crédito es ingreso de otra persona que a su vez depositará parte de él y ese nuevo depósito será prestado luego. Y con todo eso se planifican y deciden gastos o ahorros. Por eso el dinero en una economía no es el valor en billetes y monedas (eso se llama base monetaria) sino la suma de los saldos en efectivo y en depósitos.
Con las Leliq el Central pide a los bancos comerciales que le presten a él y no al público. De esa manera los bancos cobran intereses que les permiten pagar a sus clientes pero al mismo no hay multiplicación monetaria. El objetivo es que el dinero no se use para comprar dólares.
El total en Leliq es prácticamente igual al de plazos fijos (entre trece billones y catorce billones de pesos) y el doble de la base monetaria. Pero como se toman de los plazos fijos, pagarlas no sería creación de base monetaria. Son como reservas de depósitos con encaje remunerado del cien por cien. Ya están computadas, como plazos fijos, en los agregados monetarios (un 34 por ciento del M3 –dinero- total). El problema es que si se pagan quedan disponibles para la multiplicación. A los valores actuales de preferencia por liquidez y encaje sería un multiplicador de 3,64 para esos depósitos. Dados los montos y proporciones, la cantidad de dinero aumentaría un 90 por ciento. Complicado.
Sería poco serio creer que se podrían cancelar y al mismo tiempo esperar que los bancos no presten los depósitos. Una posibilidad es pagarlas pero establecer un encaje elevado en los plazos fijos para disminuir la multiplicación. Tal vez funcione, como parte de un plan general serio y consistente.
Algo imprescindible ahora mismo. Porque si bien con los encajes fraccionarios aumenta el crédito también ocurre que no hay en los bancos dinero suficiente para responder a los ahorristas si todos quisieran retirar sus depósitos al mismo tiempo. ¿Cuánto menos? Actualmente el monto total en depósitos es 19 veces superior al de reservas, pero los plazos fijos tienen un respaldo al cien por cien en Leliq. Entonces, lo que queda de depósitos es diez veces mayor que las reservas. Que se retiren plazos fijos para comprar dólares no es grave. Que bajen los otros depósitos sí, porque se acabaría el dinero para devolver.
Claro que hay otros pasivos del BCRA que sirven para dar liquidez, así como mecanismos precautorios. Uno es Sedesa (Seguros de Depósitos SA), una “vaquita” a la que aportan los bancos para atender corridas, aunque con un límite de cobertura. También el BCRA como prestamista de última instancia garantiza (con un tope) los depósitos.
El Central está buscando contener la demanda por dólares, pero el fondo es otro. Es la confianza en que la economía mejore lo que sostiene cotizaciones y depósitos y eso depende de los dirigentes, sobre todo de los candidatos. Porque no se puede esperar a diciembre para que un nuevo gobierno tome medidas. Las señales que siembren confianza deben aparecer ahora. Que indiquen que no importe quien gane habrá sensatez, equipos y capacidad de concretar las propuestas más serias. Y no pasa con todos los postulantes